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Versión original – (Publicada en 1921 / Pubricá en 1921 ) Luis Chamizo
Bruñó los recios nubarrones pardos
la lus del sol que s´agachó en un cerro,
y las artas cogollas de los árboles
d´un coló de naranjas se tiñeron.
A bocanás el aire nos traía
los ruídos d´alla lejos
y el toque d´oración de las campanas
de l´iglesia del pueblo.
Ibamos dambos juntos, en la burra,
por el camino nuevo,
mi mujé mu malita,
suspirando y gimiendo.
Bandás de gorriatos montesinos
volaban, chirrïando por el cielo,
y volaban pal sol qu´en los canchales
daba relumbres d´espejuelos.
Los grillos y las ranas
cantaban a lo lejos,
y cantaban tamién los colorines
sobre las jaras y los brezos,
y roändo, roändo, de las sierras
llegaba el dolondón de los cencerros.
¡Qué tarde más bonita!
¡Qu´anochecer más güeno!
¡Qué tarde más alegre
si juéramos contentos!…
– No pué ser más- me
ijo- vaite, vaite
con la burra pal pueblo,
y güervete de prisa con l´agüela,
la comadre o el méico -.
Y bajó de la burra poco a poco,
s´arrellenó en el suelo,
juntó las manos y miró p´arriba,
pa los bruñíos nubarrones recios.
¡Dirme, dejagla sola,
dejagla yo a ella sola com´un perro,
en metá de la jesa,
una legua del pueblo…
Eso no! De la rama
d´arriba d´un guapero,
con sus ojos reondos
nos miraba un mochuelo,
un mochuelo con ojos vedriaos
como los ojos de los muertos…
¡No tengo juerzas pa dejagla sola;
pero yo de qué sirvo si me queo!
La burra, que roía los tomillos
floridos del lindero
careaba las moscas con el rabo;
y dejaba el careo,
levantaba el jocico, me miraba
y seguía royendo.
¡Qué pensará la burra
si es que tienen las burras pensamientos!
Me juí junt´a mi Juana,
me jinqué de roillas en el suelo,
jice por recordá las oraciones
que m´enseñaron cuando nuevo.
No tenía pacencia
p´hacé memoria de los rezos…
¡Quién podrá socorregla si me voy!
¡Quién va po la comadre si me queo!
Aturdio del tó gorví los ojos
pa los ojos reondos del mochuelo;
y aquellos ojos verdes,
tan grandes, tan abiertos,
qu´otras veces a mí me dieron risa,
hora me daban mieo.
¡Qué mirarán tan fijos
los ojos del mochuelo!
No cantaban las ranas,
los grillos no cantaban a lo lejos,
las bocanás del aire s´aplacaron,
s´asomaron la luna y el lucero,
no llegaba, roändo, de las sierras
el dolondón de los cencerros…
¡Daba tanta quietú mucha congoja!
¡Daba yo no sé qué tanto silencio!
M´arrimé más pa ella;
l´abrasaba el aliento,
le temblaban las manos,
tiritaba su cuerpo…
y a la luz de la luna eran sus ojos
más grandes y más negros.
Yo sentí que los míos chorreaban
lagrimones de fuego.
Uno cayó roändo,
y, prendío d´un pelo,
en metá de su frente
se queó reluciendo.
¡Que bonita y que
güena,
quién pudiera sé méico!
Señó, tú que lo sabes
lo mucho que la quiero.
Tú que sabes qu´estamos bien casaos,
Señó, tú qu´eres güeno;
tú que jaces que broten las simientes
qu´echamos en el suelo;
tú que jaces que granen las espigas,
cuando llega su tiempo;
tú que jaces que paran las ovejas,
sin comadres, ni méicos…
¿por qué, Señó, se va morí mi Juana,
con lo que yo la quiero,
siendo yo tan honrao
y siendo tú tan güeno?…
¡Ay! qué noche más larga
de tanto sufrimiento;
¡qué cosas pasarían
que decilas no pueo!
Jizo Dios un milagro;
¡no podía por menos!
Toito lleno de tierra
le levanté del suelo,
le miré mu despacio, mu despacio,
con una miaja de respeto.
Era un hijo, ¡mi hijo!,
hijo dambos, hijo nuestro…
Ella me le pedía
con los brazos abiertos,
¡Qué bonita qu´estaba
llorando y sonriyendo!
Venía clareando;
s´oïan a lo lejos
las risotás de los pastores
y el dolondón de los cencerros.
Besé a la madre y le quité mi hijo;
salí con él corriendo,
y en un regacho d´agua clara
le lavé tó su cuerpo.
Me sentí más honrao,
más cristiano, más güeno,
bautizando a mi hijo como el cura
bautiza los muchachos en el pueblo.
Tié que ser campusino,
tié que ser de los nuestros,
que por algo nació baj´una encina
del camino nuevo.
Icen que la nacencia es una cosa
que miran los señores en el pueblo;
pos pa mí que mi hijo
la tié mejor que ellos,
que Dios jizo en presona con mi Juana
de comadre y de méico.
Asina que nació besó la tierra,
que, agraecía, se pegó a su cuerpo;
y jue la mesma luna
quien le pagó aquel beso…
¡Qué saben d´estas cosas
los señores aquellos!
Dos salimos del chozo,
tres golvimos al pueblo.
Jizo dios un milagro en el camino:
¡no podía por menos!
Traducción al castellano (Tradución al castillanu)
Bruñó los recios nubarrones pardos
la luz del sol que se agachó en un cerro,
y las altas copas de los árboles
de un color naranja se tiñeron.
A bocanadas el viento nos traía
los ruidos de allá lejos
y el toque de oración de las campanas
de la iglesia del pueblo.
Íbamos ambos juntos, en la burra,
por el camino nuevo,
mi mujer muy malita,
suspirando y gimiendo.
Bandadas de gorriones montesinos
volaban, chillando por el cielo,
y volaban hacia el sol que en las peñas
daba reflejos de espejitos.
Los grillos y las ranas
cantaban a lo lejos,
y cantaban también los jilgueros
sobre las jaras y los brezos,
y rodando, rodando, de las sierras
llegaba el tintineo de los cencerros.
¡Qué tarde más bonita!
¡Qué anochecer más bueno!
¡Qué tarde más alegre
si estuviéramos contentos!
– No puedo ya más – me dijo – vete, vete
con la burra al pueblo,
y vuelve deprisa con la abuela,
la comadre o el médico -.
Y bajó de la burra poco a poco,
se tendió en el suelo,
juntó las manos y miró hacia arriba,
hacia los bruñidos nubarrones recios.
¿Irme, dejarla sola,
dejarla yo a ella sola como un perro,
en mitad de la dehesa,
a una legua del pueblo?
¡Eso no! Desde la rama
de arriba de un peral,
con sus ojos redondos
nos miraba un mochuelo,
un mochuelo con ojos vidriosos
como los ojos de los muertos…
No tengo fuerzas para
dejarla sola;
¿pero yo de qué sirvo si me quedo?
La burra, que roía los tomillos
floridos del camino
espantaba las moscas con el rabo;
y dejaba el espantar,
levantaba el hocico, me miraba
y seguía royendo.
¿Qué pensará la burra
si es que tienen las burras pensamientus?
Me fui junto a mi Juana,
me hinqué de rodillas en el suelo,
hice por recordar las oraciones
que me enseñaron de joven.
No tenía paciencia
para hacer memoria de los rezos…
¿Quién podrá socorrerla si me voy?
¿Quién va a por la comadre si me quedo?
Aturdido del todo volví los ojos
hacia los ojos redondos del mochuelo;
y aquellos ojos verdes,
tan grandes, tan abiertos,
que otras veces a mí me dieron risa,
ahora me daban miedo.
¿Qué mirarán tan fijos
los ojos del mochuelo?
No cantaban las ranas,
los grillos no cantaban a lo lejos,
las bocanadas del viento se calmaron,
se asomaron la luna y la estrella,
no llegaba, rodando, de las sierras
el tintineo de los cencerros…
¡Daba tanta quietud mucha congoja!
¡Daba yo no sé qué tanto silencio!
Me arrimé más a ella;
le abrasaba el aliento,
le temblaban las manos,
tiritaba su cuerpo…
y a la luz de la luna eran sus ojos
más grandes y más negros.
Yo sentí que los míos chorreaban
lagrimones de fuego.
Uno cayó rodando
y, prendido de un pelo,
en mitad de su frente
se quedó reluciendo.
¡Qué bonita y qué buena!
¿quién pudiera ser médico?
Señor, tú que sabes
lo mucho que la quiero.
Tú que sabes que estamos bien casados.
Señor, tú que eres bueno;
tú que haces que broten las semillas
que echamos en el suelo;
Tú que haces que den grano las espigas,
cuando llega su momento;
tú que haces que paran las ovejas,
sin comadres ni médicos…
¿Por qué, Señor, se va a morir mi Juana,
con lo que yo la quiero,
siendo yo tan honrado
y siendo tú tan bueno?
¡Ay! ¡Qué noche más larga
de tanto sufrimiento;
¿qué cosas pasarían
que decirlas no puedo?
Hizo Dios un milagro;
¡no podía ser menos!
Todo lleno de tierra
le levanté del suelo,
le miré muy despacio, muy despacio,
con un poco de respeto.
¡Era un hijo, mi hijo!,
¡hijo de ambos, hijo nuestro!…
Ella me lo pedía
con los brazos abiertos.
¡Qué bonita que estaba
llorando y sonriendo!
Estaba amaneciendo;
se oían a lo lejos
las risas de los pastores
y el tintineo de los cencerros.
Besé a la madre y le quité a mi hijo;
salí con él corriendo,
y en un arroyo de agua clara
le lavé todo su cuerpo.
Me sentí más honrado,
más cristiano, más bueno,
bautizando a mi hijo como el cura
bautiza los muchachos en el pueblo.
Tiene que ser campesino,
tiene que ser de los nuestros,
que por algo nació bajo una encina
del camino nuevo.
Dicen que el nacimiento es una cosa
que miran los señores en el pueblo;
pues para mí que mi hijo
lo tiene mejor que ellos,
que Dios hizo en persona con mi Juana
de comadre y de médico.
En cuanto nació besó la tierra,
que, agradecida, se pegó a su cuerpo;
y fue la misma luna
quien le pagó aquel beso…
¿Qué saben de estas cosas
los señores aquellos?
Dos salimos del chozo,
tres volvimos al pueblo.
Hizo Dios un milagro en el camino:
¡no podía ser menos!
Versión normativa en extremeño / Versión normá en estremeñu
Bruñó los rezius nubarronis pardus
la lus del sol que s’agachó en un cerru,
i las altas cogollas delos árvolis
dun colol de naranjas se tiñerun.
A bocanás el airi mos traía
los ruíus d´allá lexus
i el toqui d’oración delas campanas
dela ilesia del puebru.
Divamus dambus juntus, ena burra,
pol caminu nuevu,
la mi mugel mu malita,
suspirandu i gimiendu.
Bandás de gorriatus montesinus
volavan, chirriandu pol cielu,
i volavan pal sol que enos canchalis
dava relumbris d’espejuelus.
Los grillus i las ranas
cantavan alo lexus,
i cantavan tamién los colorinis
sobri las xaras i los bereçus,
i roandu, roandu, delas sierras
llegava el dolondón delos cenzerrus.
Qué tardi más bonita!
Que anochecel más buenu!
Qué tardi más alegri
si huéramus contentus!
– No puei sel más – me dixu – vai-ti, vai-ti
cona burra pal puebru,
i güelvi-ti depriessa cona agüela,
la comairi o el meicu -.
I baxó dela burra pocu a pocu,
s’arrellanó nel suelu,
juntó las manus i miró p’arriba,
palos bruñíus nubarronis rezius.
Dil-mi, dexá-la sola,
dexá-la yo a ella sola comu un perru,
en metá dela hesa,
una legua del puebru…?
Essu no! Dela rama
d’arriba dun guaperu,
conos sus ojus reondus
mos mirava un mochuelu,
un mochuelu con ojus vedriaus
comu los ojus delos muertus…
No tengu huerças pa dexá-la sola;
peru yo de qué sirvu si me queu?
La burra, que roía los tomillus
froríus del linderu
careava las moscas con el rabu;
i dexava el careu,
levantava el hozicu, me mirava
i siguía royendu.
Qué pensará la burra
si es que tienin las burras pensamientus?
Me hui junta la mi Juana,
me hinqué de roíllas en el suelu,
hizi por recordal-mi delas oracionis
que m’enseñarun quandu nuevu.
No tenía pacencia
pa hazel memoria delos rezus…
Quién podrá socorré-la si me vo?
Quién va pola comairi si me queu?
Aturdíu del to golví los ojus
palos ojus reondus del mochuelu;
i aquellus ojus verdis,
tan grandis, tan abiertus,
que otras vezis a mí me dierun risa,
ara me davan mieu.
Qué mirarán tan fixus
los ojus del mochuelu?
No cantavan las ranas,
los grillus no cantavan alo lexus,
las bocanás del aire s’aplacarun,
s’assomarun la luna i el luzeru,
no llegava, roandu, delas sierras
el dolondón delos cencerrus…
Dava tanta quietú mucha congoja!
Dava yo no sé qué tantu silenciu!
M’arrimé más pa ella;
l’abrassava l’alientu,
le temblavan las manus,
tiritava el su cuerpu…
i ala lus dela luna eran los sus ojus
más grandis i más negrus.
Yo sentí que los míus chorreavan
larimonis de huegu.
Unu cayó roandu,
i, prendíu dun pelu,
ena metá dela su frente
se queó reluziendu.
Qué bonita i qué buena!
quién puyera sel meicu?
Señol, tú que lo sabis
lo muchu que la quieru.
Tú que sabis que estamus bien cassaus,
Señol, tú que eris buenu;
tú que hazis que brotin las simientis
que echamus en el suelu;
Tú que hazis que granin las espigas,
quandu llega el su tiempo;
tú que hazis que paran las ovejas,
sin comairis, ni meicus…
Por qué, Señol, se va moril la mi Juana,
cono que yo la quieru,
huendu yo tan onrau
i huendu tú tan buenu?…
Ay! Qué nochi más larga
de tantu sufrimientu;
qué cosas passarían
que dizí-las no pueu?
Hizu Dios un milagru;
no poía por menus!
Toítu enllenu de tierra
le levanté del suelu,
le miré mu despaciu, mu despaciu,
con una miaja de respetu.
Era un iju, el mi iju!,
iju d’ambus, iju nuestru…
Ella me lo piía
conos braçus abiertus,
Qué bonita que estava
llorandu i sonriyendu!
Venía clareandu;
s’oyían alo lexus
las risotás delos pastoris
i el dolondón delos cencerrus.
Besé ala mairi i le quité al mi iju;
salí con él corriendu,
i en un regachu d’augua crara
le lavé tol su cuerpu.
Me sentí más onrau,
más cristianu, más buenu,
bautizandu al mi iju comu el cura
bautiza los mochachus en el puebru.
Tien que sel campusino,
tien que sel delos nuestrus,
que pa algu nació baxu una enzina
del caminu nuevu.
Dizin que la nacencia es una cosa
que miran los señoris en el puebru;
pos pa mí que el mi iju
la tien mejol que ellus,
que Dios hizu en pressona cona mi Juana
de comairi i de meicu.
Assina que nació besó la tierra,
que, agraecía, se pegó al su cuerpu;
i hue la mesma luna
quien le pagó aquel besu…
Qué sabin d’estas cosas
los señoris aquellus?
Dos salimus del choçu,
tres golvimus pal puebru.
Hizu Dios un milagru nel caminu:
no poía por menus!
VIDEO
¡Me ha encantado el poema en ese castellano antiguo, supongo!
ResponderEliminarY la música iba perfecta para como yo veia la escena en mi imaginación...
¡Genial!
Lo he disfrutado mucho!!!
Salud
Es dialecto extremeño.
ResponderEliminarTu no me has oído hablar,je aunque si vas de vez en cuando por Plasencia ya te habrás hecho una idea.
Con habitantes del resto del país o América procuro intentamos hablar castellano más o menos decente pero el acento se suele ir mucho como a los andaluces.
Je.
Saludos.
Castuo
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