Desde ese mirador frente al arco como cada día miro por
encima de la plaza las montañas al fondo y el cielo que me dice que ese día es
de esos gris verdoso que me gustan. Es sábado y noviembre y hace mas frío de lo
que sería, para la fecha. Las nubes,
nimbos, como deshilachados sobre la cima de la sierra de Santa Cruz la dejan
ver a duras penas porque esos hilachos son lluvia que se intuye desde aquí
arriba. Sigo todo mi recorrido a través
de las callejuelas que llevan desde la alcazaba hasta el viejo cementerio en lo
alto de la ciudad.
Me gusta especialmente en estos días invernales pasear por
las calles del cementerio. Enciendo la vela que el viento o la lluvia del
viernes habían apagado y la vuelvo a poner en la vasija, justo encima del nicho,
y como cada día miro al fondo de la plaza de enfrente, la del panteón que
sobresale del suelo y que en realidad está situado bajo el. A veces alguien
aparece tras él, procedente de la parte más alta del campo santo. Aunque por lo
general a estas horas en que el sol empieza a aparecer no suele verse
movimiento alguno, a excepción de las hierbas que mece el viento a lo largo del
recinto o algún operario limpiando las hojas caídas.
Al
rato aparece una figura al fondo que entre la neblina y la luz tenue del sol
que acaba de llegar empieza a dibujarse. Es una figura que me resulta como
conocida. Menuda, camina junto a un gato, o un gato camina cerca de ella. Vete
a saber. Ese gato me resulta familiar. Y
pienso: - ¿Qué coño hace un gato aquí? Luego me digo que como a la entrada en la
calle de al lado siempre hay una multitud de ellos todos los días, alguno se
habrá colado, aunque es muy raro porque jamás he visto uno aquí adentro, y
vengo todos los días, parece como si les diera yu yu el lugar.
Cuando
llega a mi altura no puedo disimular mi sorpresa.
- ¿
Has venido a visitar a tus padres ? ¡ Cielos ! ¿ Cuantos años hace que no
venias ? ¡ Coño ! ¡¿ Has hecho un pacto con Mefistófeles ? ¡ Estas... Estas
igual que... bueno no sé, ya casi ni me acuerdo de cuando ! Pero me alegro
muchísimo, y más aquí, que difícilmente nos vamos a encontrar a nadie.
Me
sonrió picara como solía, me imagino que por aquella batería de preguntas
nerviosas de hace unos segundos. Pero es que juro que sería la única persona
que jamás pensé podría encontrar en este lugar cualquiera de estos días que
subo.
Me
dio un beso en la cara que yo acabe desplazando hacia los labios. ¿Accidente o
no? No, que va es que yo no podía
desaprovechar ese momento y volver a sentir sus labios. Como nunca he sentido
ningunos otros jamás como esos. ¡ Joder que sensación..!
Entonces
recordé cuantas veces había pensado en todo estos años como sonaría en su
vocecita cualquier cosa en francés y como me habría gustado oírselo. Pero ella
sabía que por entonces ese idioma era un tanto tabú para mí y a pesar de
hablarlo perfectamente e incluso haber encarnado la Rosa de " El Principito " en una obra de
teatro en la universidad cuando aun estudiaba. Me contó sobre tal evento pero
sin ocurrírsele decirme ninguna frase en ese idioma. Por lo mismo le hice el
comentario y me espetó: - Es-ce ça que tu
as vu, Tony?. Y ¡ oh! me sonó a gloria vendita. Porque mil veces me imagine
su voz que aun resonaba en mis oídos a pesar del tiempo transcurrido,
nítidamente, pero nunca como sonó en vivo allí mismo.
Estaba
tan ansioso por saber, por preguntarle que ni me acuerdo cuanto... Como si no
volviera a verla de nuevo o por lo menos durante tanto.
Hablamos
sin tiempo, de lo divino, de lo humano, del tiempo del mío, del suyo, del nuestro,
de no sé cuánto, de que...de "parteners" los suyos, los míos... de
los niños... (los niños bien podrían ya tener los suyos propios), de música, de
muchas músicas, las nuestras, las suyas, las mías, las mías de ahora...
El
rato pasa y no parece que haya pasado el que lo ha hecho. Nos hacemos un selfie
juntos, que ahora se lleva mucho eso, nos despedimos y le pregunto con cierto
retintín si volveremos a vernos de nuevo o pasara medio siglo de nuevo hasta... Dice que seguro mientras se dirige a
la salida entre los cipreses y los rosales que están empezando a florecer a lo
largo de la entrada (se plantan ahora).
Es
la hora de ir a hacer la compra, aunque no cocinare nada hoy. Los sábados no
suelo a menos que vengan los niños. Con el aperitivo ya vuelvo a casa sin
necesidad de mas, que estoy a dieta (Je).
Mientras
salgo me fijo en varias coronas nuevas a lo largo del recorrido hacia la calle.
Hay que ver cuant@s...
Sigue
el tiempo tristón pero a mí me encanta. Hoy una ligera llovizna cae y las gafas
se me llenan de gotitas. Como casi todos los días camino del cementerio, enfilo
la calleja que lleva hasta el convento de las Jerónimas y al pasar junto al
palacete que alberga la R. academia de historia sobre el cancho en que se
asienta una casita con una cerca justo enfrente sentado como otras veces, el
siamés que vive ahí se me queda mirando y al contrario de otros días, no sale
por pies.
Me
le quedo mirando a la vez y en sus ojos veo una mirada que no es en absoluto
gatuna y de pronto un escalofrió recorre mi columna.
Los
arboles de la plaza de más adelante se mueven con el aire de una ráfaga de
viento. Hace muy mal día, seguro. Pero me gusta.
Bueno, lo que se podría denominar un agradable reencuentro, o mas que eso, y que no se presentan muy a menudo... :)
ResponderEliminarSalud
No. Mejor que no.
ResponderEliminarSaludos