alguna música

Por muchas vueltas, hay que reconocer que era un tipo cuanto menos, raro. Al menos de las quince a las ocho del día siguiente en que se ponía el traje de normalidad.

Se ponía a trastear con los discos (pero eso lo hacemos todos los que coleccionamos discos alguna que otra vez sobre todo cuando te quedas solo en casa) y es que el olor de aquellos de diecisiete cm. que llaman "sencillo" o "single" desprenden de sus caratulas un cierto olor como a moho cuando han soportado años en la discoteca. Era un olor agradable quizás por venir de donde venía. Y así trasteando se topó con aquel vejete del sello Erato que contenía en su cara A:  El adagio para oboe en re menor de Alessandro y Bendetto Marcello y en la B: el largo de la opera Xerxes. 

Que tiritona volver a escuchar después de cuarenta años ese disco con los ruiditos de fritura de la estática al recorrer la aguja aquellos surcos vetustos. 

Todos los discos tienen alguna historia tras de sí. Este tenia una película "Anónimo veneciano" una tarde cualquiera entre semana en el desaparecido cine "Capitol" los dos sentados y él con su brazo por encima sin tocarle.

Luego  tantas horas de música en su habitación, solos los dos, y ese entre muchos otros girando y llenando la estancia ahora en penumbra con solo la luz clara de la luna colándose por la cristalera altísima de la habitación y proyectando la sombra de los junquillos de aquella, entre cristal y cristal sobre el piso.

A veces su mano se deslizaba lentamente sobre los dos primeros botones de su camisa y le acariciaba el pecho luego de desabrocharlos mientras se vaciaba entero en un beso sobre aquellos labios increíblemente carnosos.

Si. Ahí estaba con el disco entre los dedos echando de menos toda esa música en común mas que cualquier beso o caricia.