justo donde terminara la calle que me dejara en la plaza ya me llega el olor a lavandas del jardín.
Ahora no tienen flores pero los arbustos huelen igual que si estuvieran poblados ya de ellas.
Es la mañana tras la tormenta nocturna que ha dejado lleno de ramas rotas de cipreses, limones o naranjas y alguna que otra rama de esas como los salicores (tumbleweeds, que dicen en los USA) ahora quietos después de que el viento y la lluvia durante esa noche los hayan mareado de un lado para otro por el suelo.
Es esa luz de primeras horas de una mañana que amenaza lluvia y que especialmente me gusta, como cuando dibujaba escenas tétricas o góticas o vete a saber, y me llegaba su olor a lavanda inglesa.
Reconozco que hay un vacío permanente a pesar de no faltarme nada. Y no me quejare porque no tengo derecho alguno mirando a mi alrededor, pero es como esa espina que llevo clavada en mi muñeca desde que un día en el colegio a los ocho o nueve años me cayera contra una palmera incipiente. Y ahí sigue... pues mas o menos.
Ya vendrá el sol y con la luz y los colores seguramente otros pensamientos.
La calma después de la tormenta con todos sus desperfectos ocasionados.
ResponderEliminarBesos.
Pero las luces son una pasada
EliminarBesos
Algunas tormentas también son necesarias.
ResponderEliminarUn saludi.
A mi me gustan y me subo allá arriba para verlas mejor.
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