pinta monas

 

ayer desperté con la noticia. Quino se había ido al paraíso de los pintamonas. Pero los dibujantes no se van nunca. Sus retoños de papel no les dejaran irse del todo.

Desde pequeño me entretenía mirando las tiras de su mafalda y su empanada sopera y me pasaba ratos largos mirando sus trazos e imaginando cómo terminaba por aparecer sobre el papel.

Ahora estará charlando seguramente don Frank Frazetta, Will Eisner, Aura León, o el mismísimo Alex Raymond...

Este último tuvo la culpa de que yo cogiera por primera vez un lápiz, una pluma, y un pincel del cuatro y me pusiera a intentar emularlos.

Con mi primera novia (Sí, Ella la eterna) que me regaló un libro en blanco que había encuadernado ella misma en un trabajo para sus estudios de magisterio. Como no sabía a qué dedicar algo tan inútil, decidimos que esas páginas inmaculadas y hoy ya amarillas por el paso de los años yo empezaría mi experimento de presunto dibujante. 

De esta manera las intempestivas noches de invierno bajo la luz de un flexo y la atmósfera cargada de música, que por cierto nos cogía todo el cuerpo a los dos, me buscaba dibujos de los maestros y yo hacía mis ejercicios con la intención de llenar el libro.

Decidimos que todos los dibujos serían más o menos tétricos, por eso cada día se presentaba con un comic de terror y escogido un dibujo que fuera de nuestro gusto común y yo me ponía a ello.

Ni que decir tiene que la música debía más o menos ser la adecuada a aquella atmósfera invernal y oscura, como la que suena de fondo. Forramos el libro de terciopelo verde oscuro y pusimos un diablo recortado en terciopelo, también, negro en la portada con los ojos en rojo. Y me puse manos a la obra.

Primero dibujaba lápiz y después entintaba el dibujo final. Pero yo tengo poca paciencia y tener que hacer esto una y otra vez me iba hartando hasta el punto en que ella me obligaba a hacerlo cada nueva noche. Y ya se sabe que cuando te atosigan con algo y aun acuario de mi calaña eso al final tiene consecuencias adversas. Poco a poco se iban alargando los dias hasta coger de nuevo el lápiz.  Hasta que un día en un libro en que hablaban de mi maestro de cabecera Alex Raymond (Tarzán, Flash Gordon, etc.) leí que dibujaba directamente en tinta. Entonces se me encendió la bombilla y pensé; -Magnífico si él lo hace... ¿porque yo no? 

Así me evitaba errores (el lápiz dá permiso para cometerlos, como el óleo, pero la tinta o la acuarela no)  y de paso la pereza de tener que dibujar primero y entintar después. Luego pensé que ya que cuando a veces los grises los hacía en vez de, línea negra línea blanca, que es como se hace con plumilla o rotring usaría el pincel  directamente tanto para el dibujo como diluyendo la tinta con agua para los grises y así me evité él, lápiz y la plumilla y desde entonces con mi pincel del  cuatro me lo hacía todo, al fin y al cabo ese pincel puede dibujar tan fino como una plumilla y tan grueso como hiciera falta sobre todo para rellenar negros.

Fueron unos inviernos maravillosos llenos de músicas y de olor a tinta china y a lavanda inglesa.

He puesto ese dibujo de ahí abajo porque era uno de sus preferidos. Naturalmente el libro se quedó demasiadas páginas en blanco y ahora amarilleando porque nada es eterno. 

El último dibujo es ese mismo viejo al que le cae una lagrima y está fechado en 1978.

 Por supuesto, el tintero terminó por secarse. 

Pero aun tengo las plumillas (oxidadas) y los pinceles

y una ausencia latente que va y viene